Julia nunca olvidó aquella noche espantosa. La imagen de su padre, Jesús, borracho, dejó en ella un miedo profundo. Desde entonces, la distancia entre ellos fue creciendo cada vez más. Julia se sentía extraña con el hombre al que alguna vez llamó padre, y el miedo la perseguía constantemente.
Su relación se volvió más tensa que nunca. Julia no quería creer que el padre al que tanto quería pudiera haber llegado a ser así. Temía que la familia Merino, los enemigos mortales de su padre, aprovechara esta oportunidad para separarlos. Ese pensamiento la hizo sentirse aún más ansiosa y alejada de su padre.
Jesús se dio cuenta de que, si seguía actuando de esa manera, perdería a la hija que más amaba. Estaba devastado y arrepentido por lo que había hecho. Jesús entendió que solo con un cambio real y un esfuerzo genuino podría salvar su relación con Julia.
Con la ayuda de un amigo cercano, Jesús comenzó a cambiar. Asistió a sesiones de terapia, trató de dejar el alcohol y aprendió a controlar su ira. Al mismo tiempo, también buscó acercarse más a Julia. Pasaba tiempo escuchando a su hija, intentando comprender sus miedos y preocupaciones.
Al principio, Julia seguía siendo cautelosa y no confiaba en su padre. Sin embargo, ante la sinceridad y esfuerzo de Jesús, poco a poco comenzó a abrirse. Juntos participaron en actividades, conversaron y compartieron historias de la vida.
Un día, mientras caminaban por el parque, Jesús encontró la oportunidad para pedirle perdón a Julia. Reconoció sus errores y prometió ser un mejor padre. Julia escuchó las palabras de su padre y su corazón se llenó de emociones. Supo que su padre realmente había cambiado.
Aunque el proceso de sanar las heridas no fue fácil, con paciencia y amor, Jesús y Julia comenzaron a reconstruir su relación padre e hija. Comprendieron que la familia es lo más valioso y que debían protegerla juntos.