Jesús se arrodilló frente a Begoña, la mujer que había amado, con los ojos llenos de arrepentimiento y desesperación. Julia, su pequeña hija, le había dado la espalda por un error imperdonable. La lluvia de arrepentimiento caía sobre Jesús, quien se dio cuenta de que había perdido todo lo que más quería.
“Por favor, dile a la niña que lo que pasó en el bosque fue solo un accidente”, suplicó Jesús, su voz entrecortada. Temía perder a su hija para siempre. Pero Begoña, la mujer que antes lo amaba con pasión, ahora solo tenía frialdad y decepción en su mirada. Lo miró con ojos distantes y rechazó de plano su súplica.
“¿Crees que podría mentirle a la niña? Jesús, tú mismo destruíste tu familia. No mereces ser perdonado”, respondió Begoña con voz fría.
Lo ocurrido en el bosque dejó una cicatriz profunda en el corazón de Julia. Ya no confiaba más en su padre. La relación entre padre e hija se volvió tensa y distante. Jesús intentó todo lo posible por reparar el daño, pero todo parecía en vano.
Mientras tanto, Begoña también tuvo que enfrentar sus propios problemas. Le dolía ver cómo se desmoronaba su familia, pero al mismo tiempo sentía enojo y decepción por lo que Jesús había hecho. No sabía si algún día podría perdonarlo.
La familia y los amigos de Jesús y Begoña intentaron ayudarles a reconstruir su relación. Organizaron encuentros familiares, con la esperanza de que el tiempo sanaría las heridas. Sin embargo, los esfuerzos de todos no trajeron los resultados esperados.
Para redimirse, Jesús decidió cambiar. Se apuntó a cursos sobre paternidad, estudió la psicología infantil y trató de ser un mejor padre. Pasaba más tiempo con Julia, participando en las actividades que a ella le gustaban.
Poco a poco, Julia comenzó a notar el cambio en su padre. Se dio cuenta de que él realmente se arrepentía y estaba tratando de mejorar. Sin embargo, aún necesitaba tiempo para poder perdonarlo.