Jesús, el hombre poderoso y despiadado, siempre confiaba en la imagen perfecta que había construido ante los demás, especialmente ante Julia, su hija adoptiva a quien consideraba un tesoro. Sin embargo, las pesadillas lo acosaban y revelaban una parte de la espantosa verdad sobre su pasado. En esos sueños, Jesús se veía a sí mismo como un monstruo, cruel y malvado. Comenzó a sospechar que Julia conocía su oscuro pasado.
A medida que las sospechas aumentaban, Jesús decidió que alguien debía haber revelado su secreto a Begoña. La primera persona en la que pensó fue Julia, la hija biológica de Begoña. En un arrebato de furia, Jesús secuestró a Julia y la encerró en su oficina. La amenazó con hacerle daño si no confesaba quién había revelado la verdad.
Mientras tanto, Begoña sintió que algo no estaba bien. Preocupada por la seguridad de Julia, decidió enfrentarse a Jesús. Irrompió en su oficina y encontró a Julia temblando de miedo. Begoña gritó con fuerza, exigiendo que Jesús liberara a Julia.
Ante la confrontación de Begoña, Jesús perdió el control. Confesó todos los crímenes que había cometido. Relató su oscuro pasado, las personas a las que había matado. Begoña quedó atónita ante las confesiones de su “padre”. No podía creer que la persona a quien siempre había respetado fuera tan malvada.
La verdad revelada hizo que Jesús perdiera completamente el control. Se volvió loco e intentó atacar a Julia y Begoña. Sin embargo, madre e hija lograron escapar a tiempo y buscaron ayuda de la policía.