La tensión en la familia seguía aumentando. Las diferencias entre los miembros, especialmente entre el Marqués y Doña Pía, hacían que Rómulo se sintiera agotado y desilusionado. Había intentado con todas sus fuerzas mantener la armonía en la familia, pero todos sus esfuerzos se volvían en vano.
El punto de ruptura llegó cuando el Marqués una vez más rechazó restaurar el puesto de Doña Pía. Para Rómulo, este fue el colmo. Se dio cuenta de que había hecho todo lo posible, pero aún así no podía cambiar la realidad. El sentimiento de impotencia y frustración lo invadió.
Después de una noche de reflexión, Rómulo decidió renunciar. Fue a ver al Marqués y le comunicó su decisión. El Marqués se mostró sorprendido y trató de convencer a Rómulo de quedarse. Pero Rómulo se mantuvo firme. Le dijo que no podía seguir trabajando en un ambiente en el que los lazos familiares estuvieran por encima de todo.
La decisión de Rómulo conmocionó a toda la familia. Doña Pía estaba profundamente dolida, sentía que había perdido a un amigo cercano y a un fiel defensor. Los demás miembros de la familia también estaban sorprendidos y no entendían por qué Rómulo se marchaba.
Después de dejar el castillo, Rómulo se sintió aliviado pero también solitario. Comenzó una nueva vida, una vida libre pero no fácil. Tuvo que enfrentarse a muchas dificultades y desafíos, pero siempre mantuvo la esperanza de un futuro mejor.