Kazim estaba devastado y furioso al descubrir que Suna había huido antes de la boda, y culpaba a Seyran por incitar a su hermana menor a la desobediencia. Kazim estaba convencido de que Seyran había traicionado a su familia y había deshonrado su reputación. Decidido a recuperar el control y a dar una lección ejemplar, Kazim se lanzó a la persecución de las dos hermanas, echando toda la culpa sobre Seyran.
Mientras tanto, Seyran y Suna, conscientes del peligro que las acechaba, buscaron refugio en la mansión Korhan. Esperaban que la mansión fuera un lugar seguro donde pudieran protegerse de la ira de su padre. Sin embargo, nunca imaginaron que Kazim estaría dispuesto a superar cualquier obstáculo para castigar a quienes, según él, habían manchado su honor. En la mente de Kazim, la desobediencia de Seyran era un acto imperdonable que debía ser castigado.
Cuando Kazim llegó a la mansión Korhan, Seyran y Suna se escondieron en las habitaciones interiores, intentando mantenerse a salvo. Aterradas y en tensión, sabían que un pequeño error podría ponerlas en manos de su padre. Ante la furia descontrolada de Kazim, las dos hermanas solo podían esperar un milagro que las rescatara de esta peligrosa situación.